El celoso; aquel que vive en la angustia de la pérdida, en la percepción de una amenaza constante.
Los encontramos en cualquier raza, género, nacionalidad y clase social. Los hay de todo tipo: celoso reprimido, que vive mordiéndose la lengua para no escupir el sentimiento y así generar incomodidades; el que lo dice sin tapujos pero por dentro desearía lograr contenerse; el que lo expresa y además se cree con derecho y el que lo es pero no en nivel conciente. También está el patológico, pero eso es otro tema.
Antiguamente, celar era visto como positivo, una forma de cuidar, de hacer notar el interés, de preocuparse. Hoy, como desconfianza, debilidad y hasta una actitud violenta.
Desde el pequeño que llora la atención de la madre hacia un hermano, el enamorado que reclama la animosidad que demostraba su pareja en la conversación con un tercero, hasta el que sufre cuantiosamente cuando ve a un amigo hacer amistad con otros.
El celoso puede levantar egos, inspirar en la otra persona sentimientos de superioridad que, indefectiblemente, no hacen más que alimentar ese estado de celosía, y en algunos casos, me atrevo a decir, reforzar lazos que al final, no son más que dependencias encubiertas.
Del otro lado está el celado, quien por lo general, siente rechazo y, al mismo tiempo, atracción por la condición del otro.
La persona en la que recae la inseguridad ajena, frecuentemente es vista como la víctima, el que “tiene que aguantar”, el infortunado blanco de sospechas infundadas. Algo de cierto hay; pero lo que nunca va a reconocer, es cuando se aprovecha de esa debilidad, cuando la usa como una herramienta a su favor o para tener cierto control.
No nos olvidemos que el gran problema del celoso es la falta de control. El celoso no tiene poder sobre sus celos, así como tampoco sobre el sujeto que siente se los provoca (no confundamos con la envidia, el celoso no suele ser malicioso).
La persona que nunca lo sufrió o no lo vive como algo cotidiano, normal; sino más bien efímero y acotado a ciertas situaciones, no sabe lo qué es. No entiende como la imaginación puede boicotear hasta los niveles más insospechados. Como cualquier situación puede sentirse como peligrosa y despertar el reflejo de la queja, reclamo o, en casos extremos, el agravio.
A primera vista, el celoso siempre es culpable. Sin embargo, lo que en el juicio no se tiene en cuenta es la indefensión del acusado.
Los celos tienen la propiedad de ser acumulativos, ruidosos e insistentes; tener vida propia, conquistar hasta al hombre más correcto y convertirlo en un ser miserable.
El celoso padece su realidad; no sólo por él, sino también por el otro.
Aquél que tiene la dicha de no presentar los síntomas antes nombrados, tiene la obligación de la mesura, de encontrar el límite y no aprovecharse del infeliz humano que camina por una ruta sinuosa e inevitable. Se les ruega tolerancia y, cuando se vuelva insoportable (que muchas veces lo es), dar un paso al costado y no mirar atrás. Los celos son vitalicios.
Los que conviven con el miedo al abandono, el sentimiento de inseguridad y transitan con el fantasma de la dependencia a cuestas, deben tener cuidado, andar con precaución, ya que casi nunca es bienvenido, ni siquiera por él mismo.
Pobre celoso que cree perderlo todo porque en realidad no tiene nada.